De la guerra de Malvinas a la enfermería profesional

Foto extraída de nota ya publicada en Epidauro: https://epidauro.com.ar/enfermeras-en-las-islas-malvinas-el-olvido-herida-de-guerra/
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Hola a todos mis colegas, quiero dejarles una pequeña historia; la mía.

Mi nombre es Sonia, soy de La Plata, cuando era adolescente soñaba con ser abogada y como no tenía recursos para estudiar esa carrera, un día entré a la Armada Argentina a estudiar enfermería. Me fui a Punta Alta, más precisamente a la Base Naval de Puerto Belgrano.

Tomé la decisión de estudiar esa carrera ya que me daría la oportunidad de trabajar y así obtener los recursos para lograr mi gran sueño.

Luego de un exhaustivo examen físico y técnico entré como Aspirante a Enfermera Naval. Pasé por un período selectivo preliminar haciendo una especie de servicio militar en forma voluntaria. Cobrábamos una beca para estudiar y teníamos un trato militar al igual que los hombres. Era la segunda camada de mujeres en la Fuerza.

Juré la bandera en junio de 1981, en el campo de deportes éramos 80 mujeres y 4000 hombres, desfilamos, ¡era una fiesta!

Lejos de pensar en lo que ocurriría al año siguiente, sufrimos el desarraigo, disfrutamos las salidas los fines de semana y las visitas a nuestros padres.

Estudiábamos enfermería, natación, remo, tiro, orden cerrado, guardias de imaginaria y rancho. Aprendimos a limpiar, servir, respetar, lavar nuestra ropa, bañarnos en tiempo record y obedecer.

Un día, sin previo aviso, anunciaron que “habían recuperado las Islas Malvinas”.

Nos ordenaron vestir de enfermeras y esperar órdenes de puesto de trabajo.

Ese mismo 2 de abril de 1982 llegaron dos buzos tácticos heridos y una baja. A partir de ese momento nada sería igual. No teníamos horarios para comer, dormir ni bañarnos. Las clases teóricas fueron suspendidas. Todo estaba supeditado a la hora que llegaran al hospital los heridos, por barco o helicóptero a la Base Aeronaval.

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Con el correr de los días llegaban más y más heridos, amputados por las minas o con pie de trinchera por congelamiento, y heridos de bala. Luego, en mayo, los sobrevivientes del Crucero General Belgrano y también los que no sobrevivieron, cuerpos mutilados, quemados, eran traídos para su reconocimiento e identificación.

Gritos de dolor, angustia y sueños interrumpidos por las pesadillas, era lo que nos acompañaba durante las largas horas de trabajo…

Un médico decía “ve cómo lo hago? Bueno hágalo así”. Así fueron muchos días, y cuando llegó el cese de hostilidades, llegaron más y más heridos con el repliegue de las tropas.

El Hospital contaba con 1300 camas. Se tuvo que armar una carpa para los que deambulaban.

Asistiendo, ayudando, bañando, consolando, curando heridas del cuerpo y del alma… entendí que eso era lo que estaba destinada a ser; estar ahí al pie del doliente, sosteniendo su mano y cuidando su sueño, prometí ser una buena enfermera, alguien con quien ellos podían contar cuando estén en una situación que los mantuviera inhabilitados para cubrir sus necesidades…

La guerra me dejó muchas heridas que aún hoy no cicatrizan, pero también una gran entereza.

Fui militar, cumplí órdenes de vestir de enfermera cuando aún no lo era, aprendí con la práctica antes que con la teoría. Hoy mirándolo en retrospectiva veo mi desidia, también la violencia que ejercieron en nosotras, también sé que el espejo retrovisor es más pequeño que el parabrisas, por eso trato de mirar hacia adelante.

Para ser enfermera no se necesita vocación, es necesario compromiso, observación y entrega.

Sí es imprescindible tener amor, sensibilidad, paciencia y tiempo para dar al otro, lo que nos gustaría que nos den en la misma situación.

Sonia Noemi Bonino

MN: 45317

 

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