El COVID-19 y la experiencia social de enfermar

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¿Es seguro vacunarse? ¿Vacuna rusa o anglosajona? ¿Qué pasa si no me vacuno? Éstas y otras preguntas van y vienen, culpas e invectivas cruzadas circulan y se propagan como reguero de pólvora por los medios de comunicación masiva y las redes sociales. Pero todo ello no hace más que generar incertidumbre o crear rumores que no son ciertos.

¿Qué significa enfermar? La palabra proviene del latín infirmāre y significa causar o contraer una enfermedad o, de manera figurativa, debilitar o enervar las fuerzas. Pero enfermar es mucho más que la extensión del concepto, es un proceso anudado a lo social porque, en virtud de ser seres socioculturales, la enfermedad también es parte de una compleja dinámica de interrelaciones múltiples en la que estamos inscriptos. Por lo tanto, limitar el enfermar a una ecuación lineal es brindar una respuesta, a todas luces, reduccionista.

El proceso de enfermar es una experiencia social atravesada por diversos significados. De hecho, según la forma en la que sea nombrada, la interpretación será distinta. Así pues, desde la biomedicina, perder la salud equivale a enfermar; mientras que, para el paciente –y también para su entorno– lo importante es el modo en que el trastorno o padecimiento trastoca el sistema de creencias que llamamos realidad, afecta de plano sus emociones, sus vínculos y lo obliga, en medio del dolor y el miedo, a intentar comprender en carne propia lo que, hasta ese momento, desconocía.

Porque la diferencia entre enfermar y padecer no es sólo una cuestión semántica. En realidad, es una distinción semántica que involucra lo pragmático, o sea el conocimiento compartido en la comunidad de hablantes que impacta en las personas. En consecuencia, la dimensión social de enfermar equivale a ampliar la mirada a toda una serie de relaciones interpersonales e institucionales donde entran en juego diferentes circunstancias económicas, políticas y ambientales que influyen en las variadas formas en las que se experimenta el sufrimiento.

Sin lugar a dudas, tanto la enfermedad como el padecimiento son experiencias intrasubjetivas, pero, aun así, no son individuales. Antes bien, en virtud de ser seres sociales, las emociones, expectativas y evaluaciones que pueda realizar una persona que está atravesando un proceso de enfermar no son sólo el resultado de una experiencia individual, sino que responden a los esquemas de atribución de sentido que determinan formas de comprender lo real en un momento en particular y dentro de coordenadas de espacio y tiempo específicas.

En inglés los conceptos de sickness, illness y disease no son sinónimos. Por el contrario, cada uno de ellos responde a marcos teóricos diferentes. Así la enfermedad o disease se asocia –entre otros– a síntomas, diagnósticos, tratamientos, cuadros clínicos, factores de riesgo, la intervención del personal de salud y a los dispositivos expertos. Para el paciente, en cambio, illness equivale a sentir incomodidad, malestar, dolor y todo lo que involucra la subjetividad de la persona que experimenta cambios en su cuerpo. Por último, sickness refiere al vínculo que se establece entre el malestar y el entorno sociocultural, una relación compleja, diversa e inherente a la experiencia del padecer.

Determinar el contexto en que se desenvuelve el proceso social de enfermar permite, tanto a los profesionales de la salud como a quienes establecen políticas públicas para el sector, vislumbrar las particularidades de la experiencia humana de padecer en un momento y en circunstancias determinadas. Así, al pasar desde lo individual a lo social, la perspectiva cambia de escala y se amplía hacia otras dimensiones que hasta entonces no se habían tenido en cuenta. Por ejemplo: las condiciones geográficas, sociales y económicas.

Soslayar la dimensión social de la pandemia equivale a intentar dilucidar con una mirada miope las múltiples concomitancias que hacen a la complejidad de lo social.

Pasemos ahora al contexto de pandemia. El COVID-19 transformó de plano la construcción social de la realidad e introdujo a la sociedad –de un día para el otro y a la fuerza– en una serie de transformaciones globales de las cuales algunas parecen sin retorno. Sin embargo, soslayar la dimensión social de la pandemia equivale a intentar dilucidar con una mirada miope las múltiples concomitancias que hacen a la complejidad de lo social. Basta sólo pensar en las consecuencias de la soledad en los pacientes con coronavirus y en los que, habiendo tenido parientes o personas cercanas internadas o fallecidas por causa del virus, no pudieron verlas durante su convalecencia o, ni siquiera, despedirse de ellas.

Por eso, como hemos afirmado con anterioridad, no se trata de una mera distinción semántica.

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Y esto es así porque diferenciar padecer de enfermar implica abordar el cuidado de la salud desde la dimensión de lo sociocultural y brindar contención a las personas de su entorno en medio de la incertidumbre provocada por la pandemia a escala planetaria.

Porque, en definitiva, el COVID-19 confrontó a la Humanidad con su rostro desnudo: la fragilidad de su esencia. Es hora de establecer diálogos francos más allá del paradigma biomédico, de hablar sobre la vulnerabilidad y la incertidumbre, sobre la vida y la muerte. Buscar nuevos consensos y crear nuevas narrativas que construyan sentidos desde las ruinas del edificio moderno.

Porque las estadísticas son perentorias, pero, por otro lado, son insuficientes para agotar todas las respuestas.

Verónica G. Meo Laos / Docente de la Licenciatura en Psicología de UADE Costa

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