María Eugenia Alvarez era una joven enfermera de apenas 20 años cuando conoció a Eva Perón. Corría 1949 cuando un avión que traía de vuela al país a un grupo de enfermeras que asistieron a víctimas del terremoto de Ecuador cayó cerca de Buenos Aires y cuatro de las sobrevivientes fueron conducidas al Hospital Rivadavia, donde ella trabajaba.
Evita se acercó y la felicitó por su tarea. “No tiene que agradecerme, es mi obligación”, le contestó Alvarez sin saber que sería convocada meses más tarde para atender a la esposa del presidente de la Nación, operada de una apendicitis. Pero el tiempo pasó, la salud de Evita fue empeorando y desde aquel momento no volvieron a separarse.
“Comencé a trabajar a los 15 años en el hospital por recomendación de una eminencia médica llamada Jorge Bengolea, amigo de mi padre. Resulta que antes me había tocado cuidar a mi hermana porque la habían operado. En eso estaba cuando una chiquita que lloraba de dolor y soledad me llamó la atención. Le ofrecí un té en medio de noche y me di cuenta de que me gustaba cuidar pacientes. Fue algo que puedo explicar, pegó tan fuerte en mi alma y mi cuerpo que a partir de allí viví la enfermería”
María Eugenia se recibió a los 17 sin saber qué le depararía el futuro profesional. “Evita me preguntaba por qué me había dedicado a la enfermería. Hoy sostengo que seguiré siéndolo hasta que me muera y con la ética intacta. A los vecinos les coloco inyecciones gratis, yo no sé cobrar, pero tienen que venir con la orden del médico y recién ahí los inyecto”
La salud de Eva Perón iba de mal en peor, el cáncer la estaba matando. En su convalecencia de meses tuvo a María Eugenia como a su mayor confidente. Un día, la joven enfermera acompañó al baño a la enferma, la que se miró al espejo diciendo que le quedaba poco tiempo en este mundo. Al rato de recostarse en su cama, dio su último suspiro. “Yo le cerré los ojos, ya no había pulso ni respiración. Miré un reloj rojo, recuerdo, y le pedí al médico que anotara la hora del deceso; eran las 20.25 del 26 de julio de 1952.”
“Yo la inyectaba con calmantes de manera intramuscular mediante indicación médica firmada. ¡Cómo toleraba el dolor, qué mujer especial! Dos días antes de morir me preguntó quién iba a atender a los niños, a los viejitos desamparados, a los pobres. No supe qué decirle a pesar de pensar lo mismo. Yo era una simple enfermera.”
María Eugenia Alvarez regenteó la Escuela de Enfermeras 7 de Mayo a pedido del matrimonio Perón y se quedó allí por cinco años. A su llegada instauró un plan de estudios que elevaba de dos a tres años la duración de la carrera y una formación teórica práctica exigente para las estudiantes. “Nadie se ocupaba de la enfermería, las llamaban y listo, eran tratadas como sirvientas. Yo siempre pensé que la salud de nuestro pueblo debía ser cuidada por nuestros médicos y enfermeras y así encaré mi vida profesional. ¿Para qué tenemos los títulos? El paciente es lo más importante.”
Después de la muerte de Evita y el fin del gobierno de Juan Domingo Perón continuó trabajando en la escuela. “Formé a decenas de enfermeras, las primeras argentinas con esa cantidad de tiempo de estudio. Me quería ir pero me pidieron que me quedara. En todo ese tiempo no cobré un solo sueldo siendo la jefa de la escuela y me mantuve con 100 pesos del mínimo del hospital, jamás nadie me dio lo que me correspondía ni lo pedí porque me daba vergüenza. Tampoco me tomé vacaciones porque debía seleccionar al alumnado nuevo que comenzaba cada mes de marzo”
«En nuestra profesión siempre falta estudiar. Nunca hay que dejar de hacerlo porque constantemente aparecen cosas nuevas»
Después, continuó su labor en el Centro Gallego y la Maternidad Sardá hasta su jubilación “En nuestra profesión siempre falta estudiar. Nunca hay que dejar de hacerlo porque constantemente aparecen cosas nuevas. Tengo todavía el título, que es sagrado, y una pared llena de reconocimientos. Yo cuidaría al Papa Francisco como a cualquiera mortal porque es un paciente. Y si hay alguien en la calle al que tengo que atender lo hago hasta que venga el médico. Si es un ‘chorro’ también me ocupo, y después que la policía se ocupe de los demás”
Dice que vive feliz y tranquila. Que se desentendió, y que el día de su jubilación fue uno más después de un largo camino sin faltar al trabajo. Tiene 90 años y no se cree protagonista de la historia; “Yo cuidé a Eva sin creérmela y no soy figura política, sólo una enfermera más de la patria. Aprendí que había que ser muy humano, dejar lo de uno como profesional. También, a ser humilde y responsable para crecer y poder ayudar. Me siento en paz porque cumplí con mi deber”.
que orgullo esta Enfermera Argentina…
con total humildad y vocacion cuido de la primera dama del pueblo argentino sin pedir nada a cambio sin lucrar de manera politica por ser la Enfermera de Eva Peron.
Enfermeria es eso cuidar con vocacion…
tal cual lo planteas vos, Solange. Qué bueno que hayas entendido así el artículo. Saludos