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De cuidados y descuidos: atención de la salud desde la periferia. Testimonios de personas que acompañaron a un familiar con COVID-19

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Verónica G. Meo Laos

vmeolaos@uade.edu.ar

Maestría en Historia Pública y Divulgación de la Historia (UVQ)

Doctoranda en Semiótica (CEA- FCS- UNC)

Resumen

El proceso de enfermar es una experiencia social atravesada por diversos significados. De hecho, dependiendo de la forma en la que se la nombre, la interpretación será distinta. Desde la biomedicina, por ejemplo, perder la salud equivale a enfermar; mientras que, para el paciente –y también para su entorno– lo importante es el modo en que el trastorno o padecimiento trastoca el sistema de creencias que llamamos realidad, afecta de plano sus emociones, sus vínculos y lo obliga, en medio del dolor y el miedo, a intentar a comprender en carne propia lo que, hasta ese momento, desconocía.

Porque la diferencia entre enfermar y padecer no es sólo una cuestión semántica.

En el siguiente trabajo se expondrá el relato de personas de Dolores, provincia de Buenos Aires, que acompañaron a un familiar paciente de Covid-19 durante su internación. Las voces recopiladas, en sus diversas expresiones, dan cuenta de la complejidad del entramado que subyace al proceso de atención de la salud y al cuidado en la periferia.

Palabras clave: enfermedad, padecimiento, Covid- 19, periferia.

Abstract

The process of becoming ill is a social experience crossed by diverse meanings. In fact, depending on the way in which it is named, the interpretation will be different. From the point of view of biomedicine, for example, losing one’s health is equivalent to becoming ill; whereas, for the patient – and also for his environment – what is important is the way in which the disorder or illness disrupts the belief system we call reality, affects his emotions, his bonds and forces him, in the midst of pain and fear, to try to understand in the flesh what, until then, he was unaware of.

Because the difference between getting sick and suffering is not just a semantic question.

In the following paper we will present the story of people from Dolores, province of Buenos Aires, who accompanied a family member of a Coeliac disease patient. accompanied a family member who was a patient of Covid- 19 during his hospitalization. The voices collected depict the complexity of the framework that underlies the health care process and the care on the periphery.

Keywords: disease, condition, Covid-19, periphery.

Introducción: Mucho más que una cuestión semántica

Este artículo consta de tres relatos de personas que no tienen relación entre sí, cuyo punto en común es que todas ellas tuvieron que acompañar a un familiar paciente de Covid-19 durante la internación. Excepto en el caso del primer testimonio, que ocurrió en 2020, los otros dos pertenecen a 2021. Los relatos han sido transcriptos en su totalidad con el objeto de exponer las diferentes perspectivas sobre un mismo proceso que, hasta el momento, está rodeado de incertidumbre. De los tres casos narrados, solo uno se recuperó, las otras dos personas fallecieron. Los testimonios que se exponen a continuación las tensiones en torno a la atención de la salud desde la periferia junto con otras variables concomitantes que tienen que ver con la producción y reproducción de sentidos, el valor de la vida, el buen morir y, en particular, con el desconcierto y la perplejidad ante la vulnerabilidad humana.

¿Qué significa enfermar? La palabra proviene del latín infirmāre y significa causar o contraer una enfermedad o, de manera figurativa, debilitar o enervar las fuerzas. Pero enfermar es mucho más que la extensión del concepto, es un proceso anudado a lo social porque, en virtud de ser seres socioculturales, la enfermedad también es parte de una compleja dinámica de interrelaciones múltiples en la que estamos inscriptos. De hecho, el enfermar es una experiencia social atravesada por diversos significados que, dependiendo de la forma en que se la nombre, será interpretada de distintas maneras. Así pues, desde la biomedicina, perder la salud equivale a enfermar; mientras que, para el paciente –y también para su entorno– lo importante es el modo en que el trastorno o padecimiento trastoca el sistema de creencias que denominamos realidad, afecta de plano sus emociones, sus vínculos y lo obliga, en medio del dolor y el miedo, a intentar a comprender en carne propia lo que, hasta ese momento, desconocía.

Porque la diferencia entre enfermar y padecer no es sólo una cuestión semántica. En realidad es una distinción semántica que involucra lo pragmático, o sea al conocimiento compartido en la comunidad de hablantes que impacta en las personas. En consecuencia, la dimensión social de enfermar equivale a ampliar la mirada a toda una serie de relaciones interpersonales e institucionales donde entran en juego diferentes circunstancias económicas, políticas y ambientales que influyen en las variadas formas en las que se experimenta el sufrimiento.

Sin lugar a dudas, tanto la enfermedad como el padecimiento son experiencias intrasubjetivas pero, aun así, no son individuales. Antes bien, en virtud de ser seres sociales, las emociones, expectativas y evaluaciones que pueda realizar una persona que está atravesando un proceso de enfermar no son sólo el resultado de una experiencia individual sino que responden a los esquemas de atribución de sentido que determinan formas de comprender lo real en un momento en particular y dentro de coordenadas de espacio y tiempo específicas.

En los testimonios recabados, el foco está puesto, por un lado, en los procesos asociados a los padecimientos que involucran a la subjetividad de la persona que los sufre. Y, por otro, en la enfermedad como proceso social inserto en una trama de interrelaciones mucho más amplias en la que se participan múltiples actores y organizaciones generando vínculos de cooperación, reciprocidades, interdependencias pero, también, desigualdad y asimetría.

Antes de seguir adelante, creemos necesario puntualizar la noción de periferia vinculada a la atención de la salud. Siguiendo a Wallerstein (1979) pensamos a los procesos de salud, enfermedad, atención y cuidado como un sistema social y las relaciones cuyas relaciones se establecen de manera desigual entre centro y periferia. No obstante, esta relación depende de la variación de escalas, de modo tal que pertenecer al centro o a la periferia depende de las interrelaciones que se establezcan entre los lugares. Dolores, por caso, es una ciudad del SE bonaerense cabecera del partido homónimo de 32.000 habitantes, de acuerdo con el censo de 2010. Pertenece a la región sanitaria XI que también comprende los municipios de Berisso, Brandsen, Cañuelas, Castelli, Chascomús, Ensenada, General Belgrano, General Paz, La Plata, Lezama, Magdalena, San Miguel del Monte, Pila, Presidente Perón, Punta Indio, San Vicente y Tordillo. La mayor parte de la actividad económica está basada en la cría extensiva de ganado vacuno. La zona más urbanizada e industrializada de la Región se encuentra representada por los municipios de La Plata, Berisso, Ensenada, San Vicente, Presidente Perón, General Paz y Cañuelas.

Si establecemos una caracterización en términos de industrialización y urbanización, la ciudad de Dolores se encuentra en la periferia dentro de la propia Región Sanitaria XI y en el centro respecto de otras ciudades de menor densidad poblacional. Al mismo tiempo, el Hospital Municipal San Roque de Dolores, así como los sanatorios privados, son centros de derivación de las ciudades cercanas. Por lo tanto se establecen diversas interrelaciones de interdependencia que hablan de periferia y centro, al mismo tiempo. Con esta salvedad y, pensando en las complejas tramas de relaciones donde el cuidado de la salud en esta ciudad del SE bonaerense rural se inscribe, hablamos de atención sanitaria en la periferia.

Primer testimonio: Silvia Graciela González.  “Bueno, que sea lo que tenga que ser”

Se llama Silvia Graciela González (58) pero, en el pueblo, para todos es simplemente: “Pipi”. Silvia es empleada municipal y se presenta por su apodo. “Pipi” y su madre (82) viven juntas hace 26 años, cuando esta última decidió mudarse a la casa de la entrevistada tras el fallecimiento de su otro hijo.

VML: -Tu mamá se enferma de Covid.

S.G.G.: -Mamá se enferma de Covid, estando adentro, sólo salía a hacer los mandados conmigo en el auto y no se bajaba. No tenía contacto con nadie (REMARCA). Con mis hijos que iban, día por medio o cada dos días. Pero mi casa es grande, teníamos distancia. Y pensamos que pude haber sido yo que haya traído de la calle.

VML: -¿Tuviste algún síntoma?

S.G.G.: -Yo, el único síntoma que tuve, fue cuando a mamá la internaron en el sanatorio, un poquito de picazón en los ojos, nada más (REMARCA). Es una cosa que se la podía achacar también a que no estaba durmiendo bien y eso. Pero, después, nada.

VML: -¿Cuándo fue esto?

S.G.G.: -El 7 de noviembre, mi mamá estuvo internada hasta el 12 de diciembre (2020). En medio de eso estuvo ocho días en terapia. Muy, muy grave. Al punto que los médicos nos dijeron que teníamos que ir pensando en la posibilidad de intubarla y trasladarla. Pero, eh, yo decidí (SE DETIENE). Porque mis hijos querían, decían: “la abuela está bien, no tiene ninguna enfermedad preexistente. Nosotros tenemos abuela 10 años más. Hay que hacer todo lo posible”. Y yo dije: “No, trasladarla no, porque una vez que la trasladan a la persona ya no tiene contacto con el familiar y es muy duro. Entonces, yo dije: ‘Bueno, que sea lo que tenga que ser’. Les pedí a los médicos, les dije que den la mejor atención, todo lo que más puedan. Y, bueno, y que sea lo que tenga que ser.

VML: -¿Para vos lo más importante era acompañarla, entonces?

S.G.G.: -Sí. Yo me interné junto con ella. Yo, excepto cuando ella estaba en terapia, que podíamos ir nada más que en los horarios de visita. Independientemente de que los médicos nos dijeron que podíamos ir a cualquier hora del día a verla, a estar un ratito con ella, nosotros respetamos los horarios de visita. Íbamos mis hijos, mis nueras (todos) íbamos a verla. Y también nos ofrecieron –mi mamá tiene cuatro bisnietos– si, fuera del horario de visitas, queríamos ir con alguno de los chiquitos para que mamá los viera, podíamos hacerlo.

VML: – ¿Y lo hicieron?

S.G.G.: -No. Fue cuando mamá ya estuvo en la habitación. Después, cuando la subieron al segundo piso, que es todo piso que se atiende a enfermos de Covid y, nada más, en el sanatorio  que no tengo palabras (REMARCA) para decir lo que la calidad humana que tienen. Ahí, sí, ya los llevaron a los chicos para que la vieran. Ella hoy día de todo eso no se acuerda. Ya no se acuerda. Pero nosotros, cuando íbamos a verla a terapia, porque los médicos un día nos dijeron que tenían que tomar la determinación de sedarla porque ella no se quedaba quieta. Estaba continuamente en movimiento, se sacaba todos los artefactos que le ponían para estar controlada. El suero, la sonda, y era riesgoso porque mi mamá es una persona mayor y sedarla no es tan simple, pueden quedar secuelas. Pero, bueno, yo dije: “si es necesario…” Ya no tenían dónde más, se le reventaban todas las venas, era un desastre. Bueno, la sedaron y la tuvieron que atar. Cada vez que iba a verla yo pensaba que era la última vez que la iba a ver.

VML: -¿Por qué?

S.G.G.: -Porque la veía tan mal, mal, mal (ENFATIZA). Más allá de que los médicos siempre decían “Ustedes la despiertan, le preguntan, le conversan, le dicen. Todo algo para que ella pudiera  contestar». Ella tenía puesto un reservorio de oxígeno, que es una bolsita con una mascarita que es como la que nos hacemos las nebulizaciones. Bueno, eso que ella también se lo sacaba. Pero, bueno, nosotros le decíamos: “Vos decí, sí o no, sí o no. Bueno, los médicos también todo el tiempo la despertaban, le preguntaban, le decían, por ejemplo: “¿Te llamás Silvia? Y ella hacía con la cabeza que no. “¿Te llamás Juana?” Hacía con la cabeza que sí. Mis hijos le decían: “¿Soy Francisco?” “No”, decía ella con la cabeza. “¿Soy Álvaro? “Sí”. Todo, pero bueno. Ella, hoy día, no se acuerda absolutamente nada de eso. Solo se acuerda (de) que estaba en un lugar donde había un vidrio muy grande porque estaba separada, en terapia, pero separada del resto de los pacientes de terapia (intensiva). Y que había un Cristo colgado. Pero, por ejemplo, le preguntábamos, cuando pudo regresar un poquito: “¿Tomaste té? Y marcaba que sí, que quería agua. No, no, con la cabeza decía que no, no. Después me empezaron a pedir si podía llevarle yogur o algo. La bañaban todos los días.

VML: -¿Cómo viste vos la sala de terapia?

S.G.G.: -Yo, la sala de terapia, la vi. O sea, para mí todo lo que vi, en estas situaciones específicas, tiene que ver con la calidad humana. Porque era todo, era como que era todo excelente. La enfermera estaba en terapia y decía: “Hola, ¿qué tal? ¿Cómo anda?” “Bien, un poquito mejor”. ¡Mentira, qué un poquito mejor! Estaba todo un desastre pero la enfermera me acompañaba a verla y le decía a ella: “Decile que hoy no querías que te bañara, que te lavamos la cabeza”. O sea, le hablaban, hablaban conmigo y con mis hijos. La mayor parte de las veces que entré a terapia, siempre nos acompañaban los médicos explicándonos. Explicándonos lo que podían. Porque el doctor C., que es el médico que va a la cabeza de los tratamientos de Covid y que es el director de la clínica, eh, fue muy claro. Dice: “Vos preguntame lo que vos quieras saber. Muchísimas cosas no te voy a poder contestar porque esto es nuevo para nosotros. Y es una enfermedad que pone el guiño a la derecha y dobla a la izquierda. Entonces no es como una enfermedad que nosotros ya conocemos y que decimos: ‘Bueno, medicamos con ésto, el resultado que vamos a tener, muy probablemente, va a ser ésto otro’. Y en esto no se sabe, es prueba y error continuamente”.

VML: -¿Cómo fue la experiencia de acompañar a tu mamá?

S.G.G.: -Y, la experiencia… Mirá, yo en un principio, eh, bueno, empecé quedándome con ella. El grupo de enfermeras que trabaja en el segundo piso trabaja 24 por 48 horas.

VML: -¿Cuántas enfermeras son?

S.G.G.: -Seis. Eh, pero ellas están todo tiempo no atendiendo sólo al paciente, acompañando a la familia. Los médicos están todo el tiempo. El doctor M. que es el neumonólogo, el doctor justamente que es el médico de mamá, J. A. y el doctor C. Ellos están todo el tiempo y a toda hora, yendo y viniendo a toda hora del día vos los vas a ver. A toda hora del día, ellos están dispuestos para lo que vos quieras preguntar, para la inquietud que tengas, para lo que sea. Y las enfermeras están acompañándote desde que llegás hasta que te vas. Ellas están todo el tiempo. Son re-divertidas, charlan. Por ejemplo, en el caso de mamá, cuando la subieron a la habitación porque tenía carga viral muy baja, ellas no usaban la máscara, s+olo usaban el barbijo. Entonces tenés el contacto con esa persona.

VML: -¿Cómo estaban vestidas si no era en esos casos?

S.G.G.: -Y, ellas están con ambo, con el barbijo. Cuando hay carga viral muy alta ellas tienen, además de esa ropa, unos como si fuera unos pilotos con las máscaras y con anteojos.

VML: -Como medio impresionante, ¿no?

S.G.G.: – Sí, sí. Pero ellas observan bien en qué momento (usarlo). Porque si ellas van a ir hasta la puerta no van así. Ellas van todo el tiempo a la pieza a charlar, en mi caso, conmigo. Después, tenés el lugarcito donde están ellas, el office, a disposición de todos los pacientes y de los familiares. Yo ya entraba, ponía la pava para el mate. Les avisaba: “Chicas me voy a bañar”. Yo, los primeros días me bañaba en el sanatorio, y me quedé con mamá instalada ahí.

VML: -¿Cuántos días estuviste allí?

S.G.G.: -Estuvimos todo, todo, todo el tiempo que estuvo ella. Pero yo tenía mi cama al lado porque es un paciente por habitación, con la cama para el acompañanante. El acompañante tiene todo lo mismo que tiene la persona internada: desayuno, almuerzo, merienda, cena, la televisión, Netflix. Todo. Tenés agua caliente en el baño, tenés todo. Tenés a la chica todo el tiempo ahí.

VML: -¿Por qué emociones pasaste todos esos días que fueron más de un mes, no?

S.G.G.: -Y, fueron un mes y una semana. Y muchísimas sensaciones encontradas.

VML: -¿Como cuáles?

S.G.G.: -Y, de pronto, lo peor de todo es la incertidumbre en mi caso. Lo peor de todo es la incertidumbre de no saber cuánto tiempo va a estar, cuánto tiempo va a estar con el suero, cuánto va a estar con la sonda, cuándo se va a poder levantar, cuándo va a hablar, cuándo me va a entender. Eso es lo principal que nadie me lo podía solucionar. Porque hay veces que salía al pasillo yo a caminar, donde caminaban todos los enfermos de Covid, porque hay enfermos que están peores, otros que ya están por darles el alta. Entonces, eh, caminaba yo también ahí con ellos. Porque lo que los médicos les piden, antes de irse, es que están bien, que estén caminando. Muy pocos pacientes se van a la casa sin caminar. Y salía llorando de la habitación porque por ahí me sentía triste, me sentía cansada porque también, ¿viste? No tenés ni día ni noche. Porque a la una de la mañana capaz que le acomodaba toda mamá para que se durmiera y, a los dos minutos, me estaba llamando porque quería ponerse del otro lado y no podía. Era un cuerpo totalmente muerto. Imagínate de tantos días de cama… Y salía llorando y entraba llorando de la risa porque las chicas estaban en el office haciendo un cuento, una cosa. Entonces entraba llorando de la risa porque, realmente, después las chicas me decían: “Andate a tu casa, andate a tu casa”. Ya era la última semana.

VML: -¿ Y a vos cómo te impactó todo eso?

S.G.G.: -Y yo me quedé acompañándola. Yo dije: “Bueno, es esto”. Y tampoco tenía mucha alternativa. ¿Cuál era la alternativa que tenía? ¿Dejarla triste, que se quedara? Entonces me decían las chicas: “No, vos andá a tu casa, bañate, cambiate. Vos andá a hacer todo lo que tengas que hacer y después venís que nosotros nos vamos a ocupar de ella. Porque para eso nosotros estamos. Y vos te vas”. Bueno, y me fui a casa y más o menos, bueno, cuando llegué a casa me sentí mal, no quería ir a la habitación de ella. Y, bueno, abrí toda la casa, anduve dando vueltas.

VML: -Había pasado un mes.

S.G.G.: -No, no sé si había pasado un mes pero sí tres semanas. Y, bueno, aireé toda la casa y a los diez minutos agarré el teléfono: una foto de mamá sentada en la cama con los pies para afuera, almorzando con la mesita del sanatorio con las dos enfermeras.

VML: ¿Vos creés que la enfermedad de tu mamá fue algo de ella o de algún modo compartiste su padecimiento?

S.G.G.: -No, no. Claramente que a mí me involucró. De hecho, yo llamé a mi terapeuta y estoy yendo una vez al mes, una vez cada cuarenta y cinco días o lo llamo para hacerle una consulta. Lógicamente que sí. Vos imaginate que yo estuve… Mis hijos no tenían miedo. ¿Ves? A los tres días de estar mamá internada, uno de mis hijos tuvo síntomas y le dio positivo. O sea que mamá enfermó a uno de los chicos. (PAUSA) No, no no es gratis para nadie (REMARCA LA PALABRA NADIE). Los chicos también sentían que yo los notaba más nerviosos. Por ejemplo, con los médicos: “¡Pero doctor!” Uno por ahí es más grande y menos impulsivo. O el hecho de trasladar(la). Álvaro (uno de sus hijos) decía: “Hay que trasladarla porque al marido de fulana lo trasladaron y todo el día le hacen análisis y cosas y, y todo”. Pero el marido de esa persona con la que hablaba Álvaro, murió.

VML: -Y tu mamá no.

S.G.G.: -Y… Mi mamá no y (está) mejor que yo. (RISAS) Camina y todo, está con todas las luces. Pero, sí, claramente que tiene que ver. El personal que está es especial, el personal que atiende al enfermo y a los pacientes de los enfermos (SE CONFUNDE PACIENTES CON PARIENTES). Porque las enfermeras y las mucamas están también atendiendo también a los pacientes a los parientes (SE CORRIGE) de los enfermos. “Quedate tranquilo, ¿eh? No te pongas nervioso. Andá dejalo que yo lo manejo. Andate un ratito y volvé. Eh… O habitaciones que se sentían discusiones de familiares con el enfermo. Ya iban enfermeras a ver. Bueno, el familiar salía quería decir que lo que acababan de dejar con la enfermera y la enfermera enseguidita ponía en orden a todos los enfermos.

VML: – ¡Qué labor la de las enfermeras!

S.G.G.: -De las enfermeras y de las mucamas. Ellas están al instante, a a la hora que sea. Ellas tienen una habitación donde tienen su ropa, cuando llegan se duchan, se visten para trabajar. Y ahí tienen sus cosas y, ahí también, descansan un rato. Y su habitación siempre por la puerta abierta. Y si duerme una, la otra está con el ojo abierto. No, no. La verdad que hay que sacarse el sombrero.

Segundo Testimonio:  Sol Cortiglia. Sólo un trámite

El segundo testimonio es la narración de la experiencia que le tocó vivir a Sol Cortiglia, mujer oriunda de Dolores pero que vivió muchos años fuera del pueblo y que regresó el 30 de noviembre de 2020. Ella estudia Arte Audiovisual en la Universidad de las Artes (UNA) y, quizás por estar formada en las narraciones visuales, ante mi pregunta para saber si me permitía entrevistarla, decidió redactar ella misma su propio relato, por lo menos, hasta donde pudo.

Me llamo Sol Cortiglia, tengo 37 años, mi DNI es 30410854. Soy la mayor de cinco hermanos varones. Cuatro del matrimonio de mis padres, Gullermo y Silvia y Bautista de mi papá con Ana, su esposa desde hace unas dos décadas.

Nací en Dolores y me fui al finalizar la secundaria. Volví en diciembre de 2020 con el fin de cursar el último año de carrera sin pagar alquiler y aprovechar la tranquilidad pueblerina para centrarme en un año tan determinante.

Mi madre y yo teníamos una relación difícil, por lo que compartíamos poco tiempo. Durante el verano estuve trabajando en un hotel y saliendo mucho porque el Covid parecía superado. Sin embargo, los hábitos sanitarios quedaron incorporados y en casa se respetaba la ventilación, la distancia y el baño de alcohol. Así llegó Semana Santa y todos gozábamos de buena salud.

Las alarmas se encendieron cuando mi hermano Franco, el cuarto en la línea, dio positivo al regresar a La Pampa luego de una corta visita a Dolores. Ambas entramos en aislamiento, pero se evidenciaron las trabas generacionales. Mi madre no quería avisarle a nadie “para no alarmar al pedo” y yo le avisé a todo ser con el que me hubiera cruzado los últimos siete días. Ella era jubilada pero llevaba casi 30 años con un emprendimiento de cocina y repostería casera. De lunes a sábado entregaba comida a unas 7 o 10 personas cada mediodía y esta actividad no cesó. Uno de sus clientes era una pareja de vecinos muy ancianos a los que ella les llevaba el tupper en persona. El hombre de la pareja enferma con “gripe” los primeros días de abril. El testimonio de mamá consistía en que el abuelo estaba deprimido porque la cuarentena le impedía ver los nietos.

Discutimos porque mi opinión era que debía cortar ese contacto y aislarse verdaderamente. Al no poder ponernos de acuerdo yo me autoaislé en mi habitación. El lunes 5 de abril, cerca de las 19 horas, yo estaba en clase y mamá entró a la habitación para decirme que le dolía la garganta. Al día siguiente se hisopó y se confirmó el contagio. A partir de ahí comienza un raid de contradicciones y pequeños períodos de mucha actividad e información que se alternaron con otros de absoluto silencio e incertidumbre.

Mamá había fumado muchísimo durante más de cuarenta años, pero siempre había tenido mucha salud y el pronóstico fue siempre bueno. Su médico le aconsejó aislamiento, seguir cocinando con barbijo y mantenerse alerta a la saturación. Un servicio de emergencias privado venía todas las noches a controlar fiebre, presión y oxigenación en sangre y todo venía bien, salvo por un detalle: la empresa de salud se negaba a entrar en la casa y mi mamá debía salir al frío a ser atendida en la vereda. Protesté, pero a todos les parecía normal.

El fin de semana apareció la fiebre y mamá pasó todo el domingo en la cama. El lunes se levantó a trabajar, entregó las viandas y volvió a la cama. Su médico la atendía por teléfono y esa noche le dijo que la esperaba al otro día en el sanatorio para hacer un estudio. Mamá se negaba a ir y efectivamente, ese martes 13 de abril, se levantó a cocinar, pero no pudo terminar. A las 11 de la mañana yo tomé la posta en las hornallas y un vecino la acompañó. Quedó internada y ya no volvió a casa.

Después de entregar la comida, armé una valija de mano y fui a llevarla. Supuse que me iban a informar medianamente (que) recepcionarían la valija y me mandarían a mi casa pero, en cuanto pregunté por ella, me mandaron a la habitación. Estuve unas cinco horas en la habitación, ella estaba bien. La internación era por precaución, el sábado obtendría el alta de Covid y de la internación. El médico nunca vino en ese lapso de tiempo y yo tuve que irme a cursar.

Ya en casa, entendí que no podía seguir entrando a una planta llena de pacientes con el virus y circular por la ciudad. Decidí quedarme en casa el día siguiente y mantuve contacto telefónico permanente con ella. Sus mensajes eran de mama idishe mame: “no vengas, dejá” (léase, sufro mucho y vos me abandonás, a mí, que te limpié el culo). En mí creció una paradoja que me llevó a las lindes de la psicosis. Hacía un año que la información era que el protocolo internaba al paciente en soledad y los familiares aguardaban al teléfono cual The human voice o “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, pa ́ el imaginario latino. Pero nadie llamó.

Llega el jueves 15. Entre el protocolo universal y el Sanatorio Regional decido ser tibia y no ver a mi mamá pero intentar hablar con su médico. Sabía que su consultorio “abría” después de las 12. Me presenté en recepción, dije que quería ver al Dr. A de manera particular por recomendación de una vecina. Me piden el apellido y me senté en la sala de espera. Salían doctores que cantaban identidades como cifras de bingo y de repente: ¡Cortiglia! En el consultorio el doctor me plantea que mamá tiene una “incipiente neumonía” y que no debería estar tan sola porque los pacientes se deprimen. Yo le replico que estamos solas, que si yo me expongo a una enfermedad tan desconocida e imprevisible, además de mi miedo personal a la enfermedad, nadie la va a poder cuidar. Y ese nadie era una absoluta ficción. Estaba lleno de personas mejores, más aptas, más preparadas y con más ganas de estar ahí, pero a todos nos trastocaba la rutina de una manera exponencialmente agresiva. Exponencialmente, a más distancia de Dolores, más difícil. Además, mamá iba a salir. Era un trámite”.

Según la RAE, la palabra “trámite” del latín trames, -ĭtis ‘camino’, ‘medio’ tiene dos acepciones: la primera refiere a cada uno de los pasos y diligencias que hay que recorrer en un asunto hasta su conclusión y, la segunda, alude al paso de una parte a otra, o de una cosa a otra. Pero, si se lo entiende como un idiolecto, en la expresión “es sólo un trámite” subyace la idea de que algo es apenas un entrar y salir, un tránsito de un estado a otro, no un punto de llegada. Pero todo trámite concluye y, en el caso de la madre de la narradora, terminó el 1 de junio de 2021 con su muerte.

Tercer testimonio: Pablo Nicolás Tissone. “Y, en realidad, nadie, nadie, sabe nada”

Pablo Nicolás Tissone (41) es odontólogo y trabaja en la salud pública y privada. Acompañó a su madre durante su internación por Covid en el Hospital Municipal “San Roque” hasta que fue trasladada a un centro de salud en Florencio Varela, donde murió el 5 de abril de 2021.

VERONICA MEO LAOS: -¿Cómo fue acompañar a tu madre durante su padecimiento, te acordás?

PABLO NICOLAS TISSONE: – Sí, en realidad me acuerdo cuando empezó. Bueno, en realidad, ella se contagió en un cumpleaños de su nieta en La Plata por una persona que fue al cumpleaños que había tenido contacto estrecho con su esposa y que tenía síntomas y, bueno, agarró y fue igual. Lamentablemente, mi mamá se contagió, se contagiaron todos, todos los adultos mayores. Fue algo de libro, digamos, porque se contagiaron las cuatro personas mayores estaban ahí: mi mamá, mi viejo y se contagiaron los padres de, digamos, los suegros de mi hermana. Mi viejo a los tres días se hisopó y le dio positivo. Pero la pasó bastante bien mi viejo, tuvo fiebre dos o tres días pero nada más. Y mi mamá, bueno, le agarró, le dio positivo y nos fuimos re- súper juntos. A ella dio positivo y a mí me dio negativo. Después estuvimos en contacto todos en el mismo auto y a mí me dio negativo y a ella positivo.

Yo, la verdad que (ella) estaba en casa estaba bien, yo pensé que iba a andar bien porque ella no sentía nada, nada más que sentía un poquito que se le había ido el gusto. Se sintió descompuesta, tuvo síntomas digestivos unos días, pero nada nada más. Y, después bueno, yo empecé a averiguar.

Hay ciertas cosas que me pasaron y que todavía las siento, que son bastante (DUDA). No sé, que me gustaría como hacer un descargo. Es una impotencia, una injusticia que siento. Porque ella siempre tuvo su médico de cabecera, siempre se controló bien pero el día que tuvo Covid yo no pude encontrar a ningún médico. No, no, no (PUNTUALIZA). El doctor P., que era el médico de ella de toda la vida, cuando lo llamé, le mandé mensaje y después le mandó un mensaje (a ella): «No, Ana, tomate un ibuprofeno y nada más». El único mensaje que recibió de su médico de cabecera de años. No dijo nada que “venga a verme, que controlate esto”. Todo lo que se hizo desde que se inició la enfermedad hasta que la internamos fue porque yo le fui a preguntar a uno, al otro. Bueno, a uno al otro, no es que tuvo un seguimiento. Yo creo que ése es el punto: que la gente que enferma de Covid se encuentra sola.

Porque, teóricamente, el médico no puede ir o vos te tenés que quedar aislado y hay como tanta información dando vuelta que te dice que tenés que tomar esto. Hasta vino un médico del servicio privado de emergencias y dijo que se tenía que hacer una «brucheta», o algo así. El chico era santiagueño, de Santiago del Estero, y tenía que agarrar una cáscara de zapallo, no semillas de zapallo, de calabazas de zapallo, ponerlas en agua caliente, ponerle sal –creo– aceite y eso que fermente y ese vapor aspirarlo. Hacerlo dos o tres veces por día y eso fue una de las cosas que nos dijo. Después me dijeron que tenía que tomar ivermectina, que es el remedio de la sarna. Y, bueno, compramos ivermectina. No sabíamos la dosis, uno me decía 8 miligramos, uno me decía esto o lo otro.

VML: -Y vos, siendo profesional de la salud, ¿qué podías ver o comprender?

PNT: – Bueno, pero como que es algo nuevo que nadie sabe nada. Hay mucha información. Lo que yo no he visto nunca es tanta gente hablando de algo que no se sabe nada, que no tienen ni idea. Porque uno te dice que ivermectina sí, el otro que no, el otro que suero, el otro que oxígeno…

VML: – ¿Y vos qué hacías, ibas y preguntabas?

PNT: – Le preguntaba a uno y le preguntaba al otro.

VML: ¿Y tu mamá dónde estaba?

PNT: – Mi mamá estaba en casa entonces. Estuvo en casa tres días. Cuando hablé con la secretaria de salud, yo fui al hospital el primer día a ver qué hacíamos. Llamaba al 107 y no me atendía nadie, llamaba y llamaba (pero) nadie me atendía. Nadie, nadie, nadie. Voy al hospital me meto por donde dice «Covid», está la morgue y dice «Covid», me meto ahí y nadie. Entonces entro al hospital, me podría haber metido en la cama, en terapia, me podría haber puesto a jugar a los jueguitos. Nada, porque nadie te dice nada. En una de esas aparece una chica limpiando y me dice: «Sí”, dice. “¿Qué necesita». Yo le digo: «Tengo a mi mamá con Covid porque la veo mal». «¡Ah, tiene que llamar al 107», me dice. «Estoy llamando, le digo, estoy llamando por el celular y no me atiende nadie». «Ah, porque ahora no está la chica –dice– pero andá hasta allá adelante”. Me encontré con un montón de procesos médicos, terrible, terrible, terrible (REMARCA) en manos de quién estamos. Ésa es otra cuestión. Una es la soledad que te da esta enfermedad, tanto la soledad que siente la persona que padece la enfermedad, la única solución parece que es aislarlo dentro una burbuja y dejarlo ahí a la buena de dios a ver qué pasa. Y la otra es que te encontrás con un sistema de salud que, por lo menos acá, nadie sabe nada. Yo tuve la suerte, no sé si la suerte entre comillas, de que tenía el teléfono de la secretaria de salud (de Dolores) que la conozco, la llamé a su teléfono celular y le expliqué. «Ay, traela a tu mamá» (me dijo). Bueno, la llevé, le hicieron una tomografía, la llevé en el mismo auto. Yo seguía dando negativo. La dejé, cuando la llevé tenía una pequeña infiltración, vino un médico que no sé quién era, vino y la vio: “Ah, bueno que se tome un ibuprofeno y una acitromicina, un antibiótico”. Nada más. Volvió a casa y ahí se empezó a poner peor, empezó a desaturar, a desmejorar la situación de oxígeno, vuelvo a llamar a la secretaria de salud y “traela”, me dijo. Y ahí empecé a averiguar porque en el hospital me dijeron: “¿Por qué no les decís que le pongan suero?” Y yo no soy el médico que se da cuenta que hay que ponerle suero, qué sé yo. Le dije a la (médica) que estaba en terapia: “¿Se puede poner suero?” “Mañana, porque ahora, la autorizan mañana a la mañana porque ahora no se puede porque es un trámite, qué sé yo, hay que pedirlo a La Plata pero ya no está en etapa de pedir suero sino que el suero se da en las primeras 48 horas”. Pero no me dijo nada de eso, ya pasaron 72 horas, ponele. Y después me dijo otro que podía darse a las 48, después otro me dijo que podía darse a las 86 horas, qué sé yo. Es una cadena que tanta información hay que, realmente, no sabés qué hacer.

VML: -¿Esto fue tres días después de que tu mamá se sintiera mal?

PNT: – Sí, sí. Después la internamos. Yo iba a visitarla a mi vieja, no se podía entrar porque tenía Covid pero yo igual iba y le abría la puerta y le preguntaba: “¿Mamá cómo estás?”. «Bien hijo», me decía. Estaba en (una) habitación común. Otra de las cosas que me pasaron es que estaba a la noche durmiendo (en casa) y empezó a sonarme el teléfono y era mi mamá. Le habían puesto oxígeno, se había quedado sin oxígeno, se cansó de tocar timbre y no andaba el timbre. La llamaba a la enfermera y nadie le daba bola. Estaba encerrada en un cuarto como presa y me llamó a mí. Yo tuve que ir hasta el hospital a decirle a la enfermera, que estaba ahí al lado, a decirle que mi mamá se había quedado sin oxígeno. Las cosas que ves, terribles, terribles. Parecía una película de terror. Al timbre lo desconectan para que no las jodan, (entonces) les dije a las enfermeras. «Lo que pasa que estamos solas nosotras trabajando». Y, bueno, digo: «Vos decidiste trabajar acá, si no te gusta andá a buscar otro laburo. Vos sos enfermera», le digo. «Está mi vieja y me tiene que llamar a mí y vos estás al lado». Terrible.

(Después) la pasaron a terapia intermedia porque después empezó a bajar más la saturación y ahí empezaron a ponerle la máscara de reservorio de oxígeno que aumenta el caudal de oxígeno al máximo. Más de eso no le pueden administrar, después de eso sigue el respirador. Y yo veía que, bueno que yo he estado trabajando en hospitales grandes y el médico hace pasaje de sala, le dan información, le sacan sangre al paciente, hacen otro estudio, medición de gases en sangre que son  estudios que (a mi madre) se los hicieron pero en la última instancia (PUNTUALIZA). Yo lo que veo que te dejan a la buena de dios, un desamparo total que vos te internás ahí, nadie sabe nada. Eso es lo que veo.

Yo entraba igual. Me decía la médica: “Entrá igual, si total a esta altura tu mamá no contagia”, dijo. Y yo me metía igual donde estaba mi mamá en terapia intermedia.

VML: -¿Cuántos días después ya no contagiaba, según esa médica?

PNT: – Más o menos en siete días, lo que me dijo la doctora. “Ya no contagia”. Yo estuve siempre con ella, estaba en terapia intermedia, estaba con la máscara de reservorio de oxígeno. Y, bueno, me quedaba ahí, iba y venía, iba y venía, me quedaba esperando.

VML: -Mientras tanto los minutos pasaban.

PNT: – Claro. En una de esas la médica me dice: “Hay que derivarla”. No, perdón. La terapista me dice: “Estuve hablando con tu mamá”. No, fue así: Yo estaba adelante en terapia intermedia y me dice, “Hay que hacer unas planillas y esto que el otro”. La saludé a mamá y estaba bien. Cuando vuelvo, no estaba más. ¿Y mi vieja? La intubamos, me dicen. Le pusimos el respirador. “Ah, ¿Y por qué?” “Porque estuve hablando con ella, me dijo la terapista la doctora G. que, bueno, que le propuse de ponerle un respirador y me dijo que sí porque ella no quería sentir más la falta de aire. Eso fue lo que me dijo. Ella estuvo de acuerdo y la intubaron. Esa fue la última vez que la vi con vida.

(…)

Después estuvo intubada, se la llevaron. Empezamos a pedir derivación pero estaba todo saturado. Que en La Plata no hay, cama crítica no hay en ningún lado, estaba todo saturado. Le salió un lugar por la obra social en Avellaneda que era una clínica que no sé, no sé, la verdad capaz que era mejor dejarla acá. […] Cuando llegaron a la clínica de Avellaneda, yo no llegué a la clínica de Avellaneda, llegó mi hermano que estaba más cerca. Cuando llegaron a Avellaneda ya llegó casi muerta. Dice (su hermano): “Mamá llegó toda morada, como golpeada”. ¿Pero si no estaba morada? Y la otra cosa que me encuentro es que lo que pasa es que no la quieren recibir a mamá acá en Avellaneda. “¿Por qué?” Digo. “Dicen que no tiene el documento, el carné de IOMA”. Digo: “Se lo mando por whatsapp, se lo mando por mail”. Y mi vieja estuvo 20 minutos arriba de la ambulancia esperando porque se había olvidado de llevar el carné de IOMA y la clínica no te la aceptaba si no tenía el carné de IOMA. Todas esas cosas que es para matar alguno, ¿viste? Es un día de furia (alude al filme). Si vos estás armado, le tenés que pegar un tiro a alguno. Lamentablemente, ¿Cómo una persona que está con Covid, que está con respirador, la vas a hacer esperar porque no tenía la credencial? Llamo por teléfono a la clínica: “¿Está mi vieja ahí?” “Tengo la orden del jefe que no sé qué, el director que si no…(le contestan). Le mandé la credencial por mail y, una vez que la recibieron por mail, la dejaron entrar. Cuando la recibe la médica de terapia, dice: “¡Uy, qué mal que vino, qué descompensada que vino! ¡Qué mal!” Y, qué sé yo. Yo creo que ya entró muerta. Para mí, la tuvieron como media hora adentro e informaron que había fallecido.

Fue todo así una consecuencia. No sé si habría cambiado el desenlace; si capaz hubiera tenido otro tipo de atención habría tenido, por lo menos, otra oportunidad. Digo yo, es mi pensar. Le tocaron un montón de cosas. Yo las viví porque más o menos conozco de la situación, conozco el palo y me di cuenta de que hubo un montón de negligencias y hay gente que dice: “lamentablemente se murió porque tenía Covid”. Y, qué sé yo. Yo creo que, después de que salgamos de ésto; que cada uno de los trabajadores, una vez que hagan una retrospectiva, se va saber realmente cuánta gente se murió de Covid y cuánta gente se murió por la falta de atención o por culpa de otras enfermedades.

VML: -¿Cuándo murió tu mamá?

PNT: -Mi mamá falleció el lunes 5 de abril.

VML: -¿Creés que tu formación profesional te ayudó o, por lo menos, te fue útil para comprender ese proceso?

PNT: – Mi formación académica y conocimiento no me valieron de nada, Vero. Yo estaba ahí con mi mamá deseando que se pusiera bien y poder abrazarla, pero no pude. Solo pensaba en eso. Para mí, en ese momento, no había importancia en tenerla o no tenerla. Ahí sabés que todo lo que leés y aprendés y te dicen, no tiene ninguna relevancia en tales momentos. Es tan poco lo que podemos hacer desde lo científico ante esas situaciones. Sólo pensé en mi mamá, como mi ser más querido desde lo afectivo emocional y, viendo esos aparatos haciendo ruidos y mangueras que le ayudaban a respirar, escuchando miles de opiniones médicas… Y, en realidad, nadie, nadie, sabe nada.

Conclusiones

Al arribar a la conclusión de todo texto llega el momento de hacer un resumen de los puntos principales abordados en el trabajo, exponer los resultados y destacar los hallazgos más importantes. En otras palabras, llegó el momento de hacer un cierre. Pero, ¿cómo arribar a una conclusión cuando, tras la exposición de los tres testimonios, en lugar de cerrarse se abrieron interrogantes cuyo desarrollo desbordan los objetivos de un texto de estas características? ¿Cómo concluir cuando múltiples dilemas quedan pendientes sin poder arribar a una respuesta concreta en esta instancia?

Coincidimos con Eliseo Verón en que toda producción de sentidos es social, o sea que todo proceso significante se apoya en condiciones sociales de producción y, a la vez, todo funcionamiento social tiene una dimensión significante constitutiva. Asimismo, en virtud de que toda producción de sentido posee una materialidad que es el punto de partida de todo estudio empírico de la producción de sentido, en nuestro caso particular, es en los testimonios donde podemos rastrear las huellas de la semiosis.

Aun cuando los tres relatos difieren en las perspectivas, es significativo puntualizar sus coincidencias. En primer lugar, la soledad es una percepción constante que se reitera en los testimonios. Otra noción sobre la que es posible inferir diversas significaciones sociales –incluso encontradas– es la de la tecnología aplicada a la atención de la salud. En otras palabras, en la percepción de la mayoría de los testimonios es posible inferir el deslizamiento retórico que equipara mayores recursos tecnológicos con una atención de la salud de excelencia. En efecto, por debajo de esa creencia subyace una narrativa que anuda una mayor complejidad en la tecnología aplicada a la medicina con centros de salud  de centros urbanos de mayor magnitud y, en consecuencia, una atención más eficiente.

En este discurso cristalizado es posible inferir las desigualdades entre centro y periferia en cuanto a las redes de interdependencia que articulan los centros de salud de la región sanitaria XI y, al mismo tiempo, está ligado a la hegemonía del discurso biomédico instituido como Modelo Médico Hegemónico (MMH) que acota la enfermedad a signos ya diagnósticos elaborados a través de indicadores casi exclusivamente biológicos, lo que permite que, tanto el enfermo como su enfermedad, sean separados de sus relaciones sociales concretas. Eso, además, orienta a trabajar con la enfermedad en lugar de hacerlo con la salud (Menéndez, 2002, p. 11).

Sin embargo, para el testimonio de Silvia Graciela González haber permitido que derivaran a su madre a un centro de atención de mayor complejidad hubiera sido sinónimo de distanciamiento. Habría sido imposible para ella estar allí, al lado de su madre acompañándola. Priorizó lo humano a los sistemas expertos. Dicho de otro modo, los tres testimonios coincidieron en que, en los centros de salud pública y privada de Dolores, los protocolos de atención sanitaria aplicados a los pacientes de Covid fueron exiguos e, incluso, cuestionables en términos de eficiencia y eficacia. No obstante, en el caso de Silvia González, aun ante la incertidumbre –una palabra que sobrevoló a las tres narrativas– de lo que podría haber ocurrido con su madre, ella priorizó la atención desde el orden de la subjetividad doliente. En otras palabras priorizó la atención del padecimiento  antes que una medicina basada en evidencias atenta a la enfermedad como una construcción biológica des-socializada (Maglio, 2011, p.180).

Sin ánimo de arribar a una conclusión definitiva, sin dudas, estamos en el principio de una nueva época de transición desde la sociedad moderna a otra que algunos denominan translocal (Pantojas García, 2020) en la que los servicios de salud –así como la educación, el comercio y el turismo, entre otros– han sido afectados por la necesidad de distanciamiento físico y la virtualidad. En este contexto crítico donde la perplejidad parece ser la alternativa a un contexto atravesado por cambios multiformes a escala planetaria, la pandemia producida por el Covid-19 confrontó a lo humano con su vulnerabilidad y lo arrojó a la intemperie.

Es hora de establecer diálogos y articulaciones entre una medicina basada en evidencias con otra basada en narrativas. Es hora de que hablemos sobre la vulnerabilidad y la incertidumbre, sobre la vida, la muerte y el buen morir. Buscar nuevos consensos y crear nuevas narrativas que construyan sentidos desde las ruinas del edificio moderno.

Bibliografía

– Behar, Daniel. (2003). Un buen morir. Encontrando sentido al proceso de la muerte.  Pax.

– Maglio, Paco. (2011). La dignidad del otro. Puentes entre la biología y la biografía. Libros del Zorzal.

– Verón, Eliseo (1993). La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad. Gedisa.

Artículos de revistas

– Wallerstein, Immanuel (1979). El moderno sistema mundial, tomo I. Siglo XXI Editores.

– Menéndez, Eduardo. (2005). El modelo médico hegemónico y la salud de los trabajadores. Salud Colectiva, La Plata, 1(1): 9-32, Enero – Abril, 2005 https://doi.org/10.18294/sc.2005.1.

http://revistas.unla.edu.ar/saludcolectiva/article/view/1/1

– Meo Laos, Verónica G. (s.f.) El Covid- 19 y la experiencia social de enfermar. Epidauro. La voz de la enfermería. http://epidauro.com.ar/el-covid-19-y-la-experiencia-social-de-enfermar/

– Ministerio de Salud (2013). Región Sanitaria XI. Informe Socio-sanitario. Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. https://www.gba.gob.ar/content/regi%C3%B3n_sanitaria_xi_1

– Pantojas García, Emilio (2020). La sociedad translocal: notas para entender el cambio de época. Grupo de Trabajo #Pensar la pandemia #Observatorio Social del Coronavirus, CLACSO.

https://www.clacso.org/la-sociedad-translocal-notas-para-entender-el-cambio-de-epoca/

Entrevistas

– Pablo Nicolás Tissone,  7/07/2021, Dolores (Buenos Aires). Entrevistadora y transcriptora: Verónica G. Meo Laos.

– Silvia Graciela González,  2/07/2021, Dolores (Buenos Aires). Entrevistadora y transcriptora: Verónica G. Meo Laos.

– Sol Cortiglia,  30/06/2021, Dolores (Buenos Aires). Entrevistadora y transcriptora: Verónica G. Meo Laos.

Datos personales de la autora

Verónica G. Meo Laos

https://orcid.org/ 0000-0002-8125-7283

Universidad Argentina de la Empresa (UADE).

Instituto de Ciencias   Sociales y Disciplinas Proyectuales  (INSOD), Pinamar,   Buenos Aires

vmeolaos@uade.edu.ar

Necochea 152, Dolores, Buenos Aires.

+ 54 9 2245 505198 (celular)

Currículum Vitae

Verónica G. Meo Laos (CABA, 1968)

Licenciada en Ciencias Sociales y Humanidades (UNQ), Doctoranda en Semiótica (CEA- FCS- UNC), Especialización en Epistemologías del Sur (Universidad de Coimbra, CLACSO), Diploma de Posgrado en Historia Pública y Divulgación de la Historia (UNQ), Posgrado en Sociología y Ciencia Política (FLACSO).

Docente adjunta del Departamento de Moda, Arte y Diseño,  Facultad de Arquitectura y Diseño, Universidad Argentina de la Empresa (UADE), Pinamar,   Buenos Aires. Docente investigadora del Instituto de Ciencias   Sociales y Disciplinas Proyectuales  (INSOD- UADE).

Ha publicado libros y artículos en revistas académicas y escrito reseñas literarias para el suplemento Los Lunes de El Imparcial de Madrid. Es columnista de Revista Habitat y colabora con el diario La Capital, de Mar del Plata.

Vive en Dolores, provincia de Buenos Aires

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