Diana, mi compañera se había asomado a una habitación con su PUPPP (Pequeño Universo Portable de Posibilidades Poéticas, que en realidad es un paraguas transparente con pequeñas bombillas de luces blancas alrededor). Ofreció un “viaje sonoro” y regresó con la información: “Él está acostado y siente mucho dolor de cabeza, pero aún así quiere que entremos y hagamos música. Su mujer está recostada a su lado”.
Entramos, la habitación estaba a oscuras, él agradeció y cerró sus ojos, a su lado su compañera nos invitaba a acercarnos. La kalimba empezó a sonar, suave, nuestras voces dibujaban vientos y ruiditos, él hacía expresiones de agrado e inmediatamente de dolor y movía sus dedos pidiendo menos volumen, luego menos, y menos… y menos…
En mi “cabeza de música” yo temía no poder darle “expresividad” a lo que tocaba por mantener el volumen bajo. ¡Qué error de percepción el mío, casi me pierdo lo que realmente estaba sucediendo!: se había abierto otra dimensión.
El sonido, así, bajito, casi imperceptible, había copado cada rincón de la habitación y de los cuerpos. Los cuatro estábamos inmersos en una medusa azul y oceánica, sutil y cálida que nos contenía. A menor volumen íbamos a mayor profundidad. Ellos lloraban sus miedos tímidamente entre caricias, nariz con nariz y párpados cerrados. Tuve conciencia de esa magia y del silencio que antecede el final y vimos que estaban dormidos.
Diana y yo, con nuestras miradas, acordamos salir mientras tocábamos,y dejarlos descansar.
Algo se había modificado radicalmente desde que iniciamos la acción hasta que salimos de esa habitación. Algo cambió para siempre. Algo en las moléculas del aire. Algo en las moléculas de lo que soy.
Mariana Occhiuzzi
DNI 26330189
(La autora del relato es trabajadora del programa Arte en Salud, del Hospital Italiano)