[dropcap]D[/dropcap]esde su adolescencia, María Elena Romero comprendió que su vocación pasaba por ser
enfermera. Antes quiso ser abogada, pero cuando se hizo cargo del cuidado de su hermana, internada en un hospital, se puso a observar el trabajo de las auxiliares. Entonces tenía 15 años.
Hoy atiende con oficio y pasión la Unidad Sanitaria 12 de Olivos, en el partido de Vicente López.
“En aquel momento me di cuenta que podía hacer mucho por los demás, pero me encontré con la resistencia de mi padre, que decía que las mujeres no necesitaban estudiar porque estaban para otras cosas. Recién a los 22 años me puse a estudiar para ser auxiliar de enfermería y todo lo que sé hoy es gracias a la experiencia acumulada en varias clínicas en las que trabajé y donde por suerte, mis jefas me enseñaron mucho. En aquellos tiempos trabajaban muchas enfermeras de oficio y yo aprendí muchísimo de una enfermera empírica. Me ‘colgué’ de ella cuando hacía las prácticas porque veía que sabía, y mí me encantaba aprender. Las colegas me decían jeringa de hospital, ya que me metía en todos lados con una sed de conocimiento enorme”.
María Elena se recibió en 1980 y trabajó en piso atendiendo pacientes y adquiriendo experiencia y conocimientos hasta que un día dijo basta. “A principios de los ´90 noté que muchos colegas no habían estudiado por vocación sino para tener una salida laboral, y eso comenzaba a notarse en el desempeño. Discutía mucho porque no soportaba la improvisación y, por dar un ejemplo, cuando tomaba la guardia me encontraba con pacientes que no habían sido higienizados, o con que el suero se derramaba en los colchones. Remé contra la corriente y en más de una ocasión les pedía mis compañeras que valoraran su trabajo y se pusieran por un rato en esas camas ya que un día podrían estar ellas mismas o sus padres en esas mismas camas. Todo esto que cuento, sumado al
hecho de haberme quedado sola con mis tres hijos, me alejó de la actividad por un buen tiempo”.
«…A pesar de las dificultades estaba decidida sí o sí a hacerlo y vencí cualquier resistencia.»
María Elena confiesa que adora su condición de “auxiliar” aunque hoy ostente el título de
licenciada. Cuando cumplió 40 años comenzó la escuela secundaria y al terminarla siguió el curso de enfermería profesional. Después de esa etapa concluida, se anotó para obtener la licenciatura.
“Me costó porque estaba sola pero lo hice con gusto y me recibí en 2011 después de tres años de cursada y esfuerzo”.
En la unidad sanitaria, suena el timbre una y otra vez. Ella se levanta, atiende al público y vuelve a la entrevista. Una señora mayor viene a tomarse la presión. Otra más joven llegó para que le revisaran un moretón, producto de una fuerte caída. Los más acudían a la sala para ser vacunados contra la gripe, anticipándose a los tiempos fríos que vienen. “Cuando volví a las aulas aprendí con facilidad porque ya tenía años como auxiliar. Pero hizo falta determinación porque la vida diaria pone trabas. A pesar de las dificultades estaba decidida sí o sí a hacerlo y vencí cualquier resistencia”.
De nuevo María Elena se levanta. Alguien golpea la puerta y es atendido con sonrisas y paciencia.
Ella asegura que hace lo que le gusta, de manera que su trabajo no le significa esfuerzo. “Alguna vez estuve a punto de dejar todo. Fue cuando me tocó atender a un joven con cáncer con el que todos nos encariñamos y finalmente falleció. Lloré mucho, y un jefe de médicos me llevó aparte para decirme que yo tenía bastante tela para cortar, que no dejara mi vocación. Aquel episodio me hizo más fuerte y todavía estoy aquí. Siento la enfermería en el alma, tanto, que aunque estoy de franco la ejerzo igual. Hay veces en las que no me saco el delantal en todo el día y si en la calle veo a alguien en problemas, me acerco y ayudo. Siempre digo que cuando me jubile voy a anotarme para ayudar a los médicos voluntarios o para asistir a las comunidades pobres del Impenetrable chaqueño”.
Vocación y amor al prójimo. La receta de María Elena. Sólo eso.