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sábado, febrero 1, 2025
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La historia de Celina, la enfermera de la salita

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En el mes en que se celebra el Día Internacional de la enfermería y se cumple otro aniversario de la sanción de la ley de Identidad de Género en Argentina, dialogamos con Celina Esteban, quien recientemente accedió a la jefatura de residentes de enfermería en el Centro de Salud N° 7 de la Ciudad de Buenos Aires. Hasta aquí puede tratarse de una historia emocionante de proyectos cumplidos de una joven. Pero es mucho más que eso. Es un paso más en una intensa lucha contra la discriminación, el conservadurismo y lo establecido mediante exclusiones. Celina es la primera mujer trans enfermera en obtener el cargo de jefa de residentes por concurso, en el Centro de Salud dependiente del Hospital Santojanni.

“Tenés que estudiar, vos, tenés que estudiar”. Eso escuchaba todos los días Celina. Se lo decían las enfermeras con las que compartía el turno,  cuando con apenas 16 años y muchas ganas de trabajar y ganar su dinero pese a que su familia le solventaba sus gastos juveniles, comenzó a asistir en una residencia geriátrica. Allí descubrió que el trabajo con adultos mayores la emocionaba y amaba tomar sus manos cálidas. Atrás iban quedando los años de la escuela primaria.

Celina, con sus compañeras enfermeras.

–La pasé muy mal en la primaria por la discriminación, no sólo de compañeros,  sino     también del personal docente –revela Celina en una conversación con Epidauro a días de haber concursado por la jefatura de residentes.  «A la secundaria –dice– la dejé y           retomé muchas veces; hasta que la abandoné del todo.»

La vida de Celina dio un vuelco con la sanción de la ley de Identidad de género, en mayo de 2012. Ella fue la primera en la localidad donde vive, Ituzaingó, en el oeste del conurbano bonaerense, en realizar el cambio registral, es decir, cambiar su identidad en la documentación. Dos años después otra vez fue una vecina pionera, ya que se casó con su novio de toda la vida.

–Esto fue una herramienta muy importante para mí, porque me dije: voy a empoderarme, voy a estudiar porque estoy reconocida por la ley. Voy a hacer valer mis derechos.

Celina, cuya hermana Paula había comenzado a estudiar enfermería, se sintió inspirada por esa cercanía y entró en la Escuela Cecilia Grierson. «Mientras hacía las prácticas hospitalarias me decía: no me equivoqué en la elección de la carrera; esto me gusta; nací para esto». Si bien el ámbito de formación era distinto y la discriminación era menor, siguieron ocurriendo hechos aislados que la hacían sentirse mal. Por ejemplo que sólo a ella la nombraran por el apellido, identificado con nombre de varón, y lo hicieran en un tono de burla. «El apellido no me lo cambié porque estoy orgullosa de él», enfatiza.

Celina, el día que ganó el Concurso para la Jefatura de Residentes de Enfermería de la salita.

Los años de enfrentar rechazos y maltratos fueron modelando en Celina una actitud de decir “esto no me va a vencer”. «Si porque una persona me discrimine voy a pensar en dejar de estudiar y  frenar mi futuro personal, es que no aprendí nada en la vida», señala. Se recomponía y reforzaba su intención de terminar la carrera y dedicarse a lo que más la apasiona, el contacto con las personas y la atención primaria de la salud.

Cuando terminó la cursada, Celina rindió concurso para realizar la residencia en enfermería en la Ciudad de Buenos Aires. Al quedar  entre los primeros ocho lugares entre 2500 postulantes, no sólo accedió a la residencia sino también a poder optar por la especialidad.

–Yo quería atención primaria, es decir, enfermera generalista; se realiza en centros de salud y se trabaja directamente con la comunidad, que es lo que me encanta. Estoy en el Centro de Salud N° 7,  en el barrio Piedrabuena, en Villa Lugano, donde aprendo mucho al estar en contacto con personas de distintas nacionalidades.

«Soy la enfermera de la salita –agrega–. Les pacientes me conocen todos y son un amor conmigo. Me quieren muchísimo. Tengo un muy buen trato con ellos porque fui una paciente muy maltratada. Hay chicos que –recuerdo– los vacuné de bebés y ya están más grandecitos. Es hermoso eso.»

Cuando llegó al Centro de Salud que depende del Hospital Santojanni, Celina temía por el recibimiento que le daría el equipo profesional. Sin embargo, médicos y enfermeras la recibieron “de diez” a pesar de que nunca había habido ningún profesional trans. Sólo un pequeño grupo siguió tratándola de él, pero luego de conversar fueron modificando esa forma de comunicación. “No creo que haya habido mala intención”, dice.

Celina, el día del casamiento con su compañero y novio de toda la vida.

En unos meses asumirá plenamente como jefa de residentes de enfermería en el centro de salud y podrá desplegar sus proyectos profesionales, con los que ganó el concurso. A Celina le preocupa la población trans, a la que identifica como alejada y aislada de la atención a la salud, que además tiene una expectativa de vida muy baja. Quiere tender puentes hacia ese colectivo para acercarle cuidados generales y específicos por su condición. Precisamente, en su horizonte profesional, entre una infinidad de ideas, se encuentra el deseo de perfeccionarse en las prácticas de hormonización. Pero sobre todo le interesa poder llevar el centro de salud a los comedores populares, a los barrios y sectores más necesitados, a la gente directamente, además de implementar programas de capacitación para profesionales y pacientes.

–El maltrato que yo recibí, sobre todo cuando se hizo público que participaría en el concurso por la jefatura de residentes de enfermería, me hizo pensar, en cuánta violencia y desatención sufren las pacientes trans. Me llegaron a decir que “un travesti bajaba el status de la residencia de enfermería”. Lo dijo una persona que siempre aprecié mucho. Si a mí que soy colega me miran y señalan de ese modo, no quiero ni pensar cómo puede sentirse una chica trans que viene a hacer una consulta.

Es enfática en que se necesitan planes de educación y de capacitación en temáticas referidas al género, a la identidad, al respeto mutuo y sobre todo a la tolerancia.

«A veces la discriminación, las burlas, los rechazos de los entornos se vuelven intolerables para las familias y por eso no acompañan. Yo vi cómo mis hermanos eran burlados por sus amigos. Siempre tuve a mi familia, a mis papás, a mi compañero, que me dieron su apoyo pero se hace muy difícil para las chicas que no lo tienen. A ellas les digo que existe una gran cantidad de recursos a utilizar. Está el INADI, la Defensoría del Pueblo, hay legislación. Pueden terminar los estudios con los planes Fines, por ejemplo. En mi municipio,  con el que estoy comenzando a desarrollar iniciativas muy inclusivas dirigidas a la población trans, existe una Secretaría de Diversidad.»

Celina, se levanta a las 4 de la madrugada para atender durante el día en el centro de salud. Quiere desde allí o desde otros ámbitos institucionales, profesionales o políticos, actuar como faro para que la población vulnerable, por su identidad de género o por condiciones sociales y económicos, acceda a cuidados integrales de salud, a un trato respetuoso, y es una impulsora apasionada para que cada persona incorpore herramientas educativas y profesionales.

Redacción Epidauro